Yo, como muchos otros muchachos, ingresé en el mundo de la fotografía con una Brownie Box que usaba para tomar instantáneas en mis vacaciones. Siendo aún niño tenía pasión por la pintura y “practicaba” los jueves y domingos, días en que los niños franceses no van a la escuela. Poco a poco me propuse descubrir las distintas maneras con que podía jugar con la cámara. Sin embargo, había una finalidad desde el momento en que empecé a pensar en esto y a usar la cámara los días feriados para hacer retratos tontos de mis amigos. Me volví serio. Estaba en búsqueda de algo y estaba, pues, muy ocupado en husmear el aparato. Luego también estaban las películas; fueron algunos de los grandes filmes los que me enseñaron a mirar y ver. Entre los que me impresionaron profundamente estaban Misterios de Nueva York con Pearl White; las estupendas películas de D. W. Griffith: Capullos rotos; los primeros films de Stroheim: Avaricia; de Eisenstein El acorazado Potemkin y Juana de Arco de Dreyer.
Más adelante conocí algunos fotógrafos que tenían copias de Atget. Yo las consideraba notables, y decidiendo ser consecuente con ello me compré un trípode, un paño negro y una cámara de 3 x 4 pulgadas, equipada con una tapa de lente que hacía las veces de obturador manual y que uno sacaba y luego reponía para hacer la exposición. Este último detalle, por supuesto, limitaba mis posibilidades al mundo de lo estático. Otros objetos fotográficos me parecían demasiado complicados o, en todo caso, “materia para aficionados”. Por entonces me imaginaba que al desdeñarlos estaba dedicándome al arte con A mayúscula.
Fotografía por: Henri Cartier-Bresson - Berlín, 1962 |
Después empecé a revelar este “Arte” mío en mi cubeta. Encontré el asunto bastante entretenido. No sabía nada acerca de cómo se copiaba y no tenía ni la más remota idea de que ciertos tipos de papel producían copias de tonos suaves, y otros, copias altamente contrastadas. No me preocupaban mucho esas cosas, a pesar de que me ponía furioso cada vez que las imágenes no salían bien en el papel.
En 1931, cuando tenía 22 años, me fui a África. En Costa de Marfil compré una cámara miniatura de una clase que nunca había visto antes ni he vuelto a ver desde entonces, hecha por la firma francesa Krauss. Usaba una película de un tamaño semejante al que tendría una de 35 mm sin las perforaciones de arrastre. De regreso a Francia revelé las fotografías (no fue posible hacerlo antes, pues viví la mayor parte de aquel año aislado en la selva africana) y descubrí que la humedad se había introducido en la cámara y había producido un efecto singular en mis fotografías, ya que todas ellas estaban adornadas con unas manchas sobreimpresas de helechos gigantescos.
Fotografía por: Henri Cartier-Bresson |
Yo había contraído una fiebre en África y estaba ahora obligado a una convalecencia; fui entonces a Marsella. Un pequeño subsidio familiar me permitió seguir adelante y disfruté trabajando durante ese tiempo. Acababa de descubrir la Leica, que se convirtió en una extensión de mi propio ojo. Desde que la encontré no me he separado de ella. Por ese entonces rastreaba las calles el día entero, sintiéndome poseído de un nerviosismo tenso, en un estado de sobreexaltación, decidido a “atrapar” la vida, a preservarla en el acto de vivir. Pero sobre todo anhelaba capturar la esencia total dentro de una sola fotografía, de capturar alguna situación que estuviera en trance de desenvolverse frente a mis ojos.
La idea de hacer un reportaje fotográfico, esto es, de contar una historia en una secuencia de fotografías, era algo que nunca pasó por mi cabeza en ese entonces. Empecé a pensar más sobre el asunto viendo los trabajos de mis colegas y las revistas ilustradas. En realidad, fue en el mismo proceso de trabajo donde aprendí, finalmente, a hacer un reportaje con una cámara, a hacer un relato fotográfico.
He realizado bastantes viajes, a pesar de que realmente no sé viajar. Me gusta hacerlo con calma, dejando entre un país visitado y el siguiente un tiempo razonable en el cual pueda asimilar bien lo visto. Una vez llegado a un nuevo lugar, casi siento el deseo de establecerme allí y poder, entonces, lograr un acercamiento mayor con dicho país. Creo que nunca podría convertirme en trotamundos.
En 1947 cinco fotógrafos free lance fundamos una empresa cooperativa llamada Magnum Photos. Esta empresa era la encargada de distribuir nuestros reportajes gráficos a revistas de varios países.
Han pasado 25 años desde que miré a través de mi visor por primera vez, pero todavía me considero un amateur a pesar de no ser ya un diletante.
El relato fotográfico (picture story)
¿Qué es, en realidad, un reportaje fotográfico, un “relato fotográfico”? Algunas veces hay una imagen única, cuya composición posee tal vigor y riqueza y cuyo contenido expresa tanto, que esta sola imagen es ya una historia completa en sí misma. Pero esto sucede muy raras veces. Los elementos que conjuntamente pueden hacer “brillar” un objeto generalmente están dispersos —ya sea en términos de espacio o tiempo— y reunirlos a la fuerza es manipularlos, lo que considero una trampa. Pero cuando se logra fotografiar tanto la “médula” como el “fulgor” del objeto, esto es lo que se llamaría un relato fotográfico, y es la página la que se encarga de reunir los elementos complementarios que están dispersos en distintas fotografías.
El relato fotográfico involucra una operación conjunta del cerebro, del ojo y del corazón. El objetivo de esta operación es representar el contenido de algún hecho que está en proceso de desarrollarse y con ello comunicar una impresión. Algunas veces un solo acontecimiento puede ser tan rico en sí mismo y en sus facetas, que es necesario dar vueltas, girar a su alrededor en busca de una solución a los problemas que plantea, puesto que el mundo entraña movimiento y no podemos tener una actitud estática frente a algo que está moviéndose. A veces en cuestión de segundos a uno se le enciende la chispa de lo que debe ser la imagen, y otras veces puede tomar horas o días. Pero no existe un plan aplicable a todos los casos, no se trabaja con un modelo establecido. Hay que estar alerta con el cerebro, el ojo y el corazón, como decíamos, y tener flexibilidad en el cuerpo.
Las “cosas tal como son” son tan abundantes como materia fotográfica, que un fotógrafo debe estar prevenido contra la tentación de querer captarlo todo. Es esencial extraer la materia prima de la vida, extraer y extraer, pero hacerlo con discriminación. Mientras esté trabajando, un fotógrafo debe tener la conciencia precisa de lo que intenta hacer. Ciertas veces uno tiene la sensación de haber logrado ya la fotografía que expresa con mayor garra que las anteriores una situación o escena determinada; no obstante, continúa disparando compulsivamente el obturador porque no puede de antemano estar seguro del modo preciso en que va a desenvolverse dicha escena. Uno debe quedarse con ella, por si los elementos que la conforman vuelven a dispersarse de la “médula”. Al mismo tiempo, es muy importante evitar disparar el obturador como una metralleta y cargarse de cosas inútiles que confunden a la memoria y malogran la precisión del reportaje como un todo.
La memoria es de gran importancia, sobre todo para poder recordar cada una de las fotos que uno tomó mientras corría al ritmo de los acontecimientos. Mientras una escena está desarrollándose frente a él, un fotógrafo debe asegurarse de no haber dejado ninguna laguna, de que verdaderamente ha dado expresión al significado de la escena en su totalidad, pues después será tarde para ello, ya que no tiene el poder de retroceder la escena para fotografiarlo todo de nuevo.
Los fotógrafos pueden hacer dos tipos de selección y cualquiera de los dos puede acarrear arrepentimientos posteriores. Hacemos una selección al mirar al objeto por el visor, y otra después cuando la película ha sido revelada y copiada. Luego de revelar y copiar, uno debe separar las fotografías que, a pesar de estar bien hechas, no son las de mayor fuerza expresiva. Cuando es ya demasiado tarde, uno llega a enterarse con terrible claridad en qué falló, y es aquí donde generalmente creemos haber tenido la sensación de que algo nos decía que no iba a salir bien. ¿Pudo ser tal vez una sensación de duda provocada por la falta de seguridad? ¿Fue el distanciamiento entre uno y el hecho que estaba desarrollándose? ¿Era, simplemente, porque no tomó en cuenta ciertos detalles relacionados con la totalidad del conjunto? ¿O quizá fue (y esto es lo más frecuente) que la visión que tenía se tornó vaga, y mi ojo se encontró desorientado?
Es a partir de nuestro propio ojo como el espacio comienza y se va abriendo en una disyunción que se ensancha progresivamente hasta el infinito. En el tiempo presente, el espacio nos impacta con mayor o menor intensidad y luego nos deja (visualmente) para ser aprisionado en nuestra memoria y modificado allí. De todos los medios de expresión, la fotografía es el único que fija para siempre el instante preciso y fugitivo. Nosotros, los fotógrafos, tenemos que enfrentarnos a cosas que están en continuo trance de esfumarse, y cuando ya se han esfumado no hay nada en este mundo que las haga volver. Evidentemente, no podemos revelar y copiar un recuerdo. El escritor tiene tiempo para la reflexión, puede aceptar, rechazar y aceptar de nuevo; y antes de llegar a plasmar en el papel sus pensamientos tiene la ventaja de poder congregar los distintos elementos pertinentes. También existe un momento en que la mente “olvida” y el subconsciente trabaja en la clasificación de los pensamientos. Pero para los fotógrafos lo que pasó, pasó para siempre. De esta certidumbre nacen los temores y la fuerza de la profesión. No podemos reconstruir nuestro relato una vez que estemos de regreso al hotel. Nuestra tarea es percibir la realidad y casi simultáneamente registrarla en el cuaderno de apuntes que es nuestra cámara. No debemos manipular ni la realidad mientras fotografiemos ni los resultados en el cuarto oscuro. Estos trucos son fácilmente identificables para aquellos que saben usar los ojos.
Al realizar un “relato fotográfico” debemos contar los puntos y los rounds como si estuviéramos en una pelea de boxeo. Siempre estamos destinados a llegar como intrusos. Por eso es esencial acercarse al objeto en puntillas, aun si el objeto es una naturaleza muerta. Una mano de seda y un ojo de lince es lo que deberíamos tener todos. No es bueno llegar a codazos y empujones, ni tampoco las fotografías deben tomarse con la ayuda de la luz del flash, por lo menos por respeto a la luz que se halla presente, aunque haya muy poca o nada. A no ser que un fotógrafo observe condiciones como éstas, corre el riesgo de convertirse en una persona insoportablemente agresiva.
La profesión de un fotógrafo depende tanto de la relación que establezca con las personas que está fotografiando, que una relación falsa, una palabra o actitud erradas puede arruinarlo todo. Cuando, de cualquier modo, el sujeto es difícil, la personalidad se aleja adonde la cámara no puede alcanzarla. No hay sistemas fijos, pues cada caso es individual y nos exige una actitud modesta.
Las reacciones de las personas difieren bastante de un país a otro, de un grupo social a otro. En todo el Oriente, por ejemplo, un fotógrafo impaciente —o cualquiera que se sienta presionado por cuestiones de tiempo— es motivo de ridículo. Si uno se ha hecho notar cuando intentaba tomar una fotografía y se ve descubierto, aunque sea sólo por haber sacado el fotómetro, lo único que le resta hacer es olvidarse de la fotografía por el momento y, complacientemente, dejar que los niños que llegan corriendo se le cuelguen de las rodillas.
El tema
Hay cientos de maneras de destilar la esencia de algo que nos cautiva, pero no debemos catalogarlas. En lugar de eso, las dejaremos brotar en toda su frescura...
Si lo que el fotógrafo debe intentar es alcanzar un reflejo real de lo que constituye el mundo de esa persona (externo e interno), es necesario que el sujeto del retrato esté dentro de la normalidad. Debemos respetar el ambiente que lo rodea e integrarlo al retrato, puesto que el hombre, como los animales, tiene su hábitat. Sobre todo, al que vamos a retratar debe hacérsele olvidar que está frente a una cámara y, por consiguiente, frente al hombre que la maneja. Un equipo complicado con varios reflectores y aparatos sofisticados es suficiente, creo, para impedir que salga el pajarito.
Composición
Sucede, ciertas veces, que uno se atasca, se demora, espera a que suceda algo. Uno tiene la sensación de que se tiene la estructura completa de una fotografía, excepto por una sola cosa que parece estar faltándole. ¿Pero cuál? Quizás alguien de repente llega a caminar dentro de nuestro campo visual. Uno sigue su trayectoria a través del visor. Y espera y espera hasta que finalmente aprieta el disparador y se va con la sensación (sin saber por qué) de que se consiguió algo realmente bueno. Más adelante, para concretar esto podemos hacer una copia de la fotografía, trazar sobre ella las figuras geométricas observadas, y veremos que si el obturador fue disparado en el momento preciso, habremos fijado un diseño geométrico sin el cual la fotografía no hubiese tenido vida ni forma.
Color
Al referirnos a la composición hasta ahora sólo hemos pensado en términos de ese color simbólico que llamamos negro. La fotografía en blanco y negro es una abstracción. En ella todos los valores están traspuestos y esto deja abiertas las posibilidades de elección.
La fotografía a color trae consigo un sinnúmero de problemas que aún hoy son díficiles de resolver y hasta de prever, debido a su complejidad y a su relativamente corto desarrollo. Hoy en día las emulsiones de las películas a color son todavía bastante lentas. Por consiguiente, los fotógrafos que emplean el color tienen una tendencia a limitarse a objetos estáticos o a usar luces artificiales terriblemente fuertes. La velocidad lenta de la película a color reduce la profundidad de campo en las tomas de relativa cercanía, y esto generalmente produce una composición insulsa y opaca. Además, los fondos borrosos de las fotografías a color son francamente desagradables.
Algunas veces las fotografías a color, en forma de transparencias, son bastante hermosas. Pero luego el impresor pasa a hacerse cargo de ellas y en este asunto me parece que, como en la litografía, es muy importante un entendimiento perfecto con él. Finalmente, están los tintes y el papel, que pueden tener un comportamiento caprichoso. Una fotografía en colores reproducida en una revista o edición semilujosa a veces da la impresión de ser una disección anatómica efectuada toscamente. Es cierto que las reproducciones de fotografías y documentos en color han logrado una cierta fidelidad con los originales, pero cuando el color pretende capturar la vida real, ya es otro asunto. La fotografía en color está en pañales. Pero todo esto no es para que digamos que ahí para nuestro interés en el asunto o que nos sentemos a esperar que la película a color perfecta —empaquetada junto con el talento necesario para usarla— nos llueva del cielo. Debemos continuar tanteando el camino.
Aunque es difícil prever con exactitud la manera en que la fotografía a color va a convertirse en fotorreportaje, de seguro requiere una nueva actitud mental, un enfoque distinto del que resulta apropiado, en cambio, para el blanco y negro.
Para poder ser verdaderamente creativos en el campo de la fotografía a colores debemos transformar y modular los colores. Así conseguiremos una libertad de expresión dentro de los límites establecidos por las leyes que fueron codificadas por los impresionistas y de las cuales ni aun los fotógrafos podemos escapar (por ejemplo, la ley del contraste simultáneo: todo color tiende a teñir el espacio que lo rodea con su color complementario; y si dos tonalidades contienen un color que les sea común, éste se verá atenuado si se lo coloca entre las dos. Al poner dos colores complementarios uno junto al otro, se resaltan ambos; pero si se les mezcla se anulan; etc.). La operación de llevar el color de la naturaleza a una superficie impresa plantea problemas extremadamente complejos. Para el ojo, algunos colores avanzan, otros retroceden. De esta manera deberíamos ser capaces de acomodar las relaciones del color unas con otras, puesto que los colores de la naturaleza poseen una ubicación dentro de la profundidad del espacio, exigiendo una ubicación distinta en una superficie plana, ya sea de una pintura o de una fotografía.
Las dificultades que tienen las instantáneas están dadas, precisamente, por el hecho de que no podemos controlar el movimiento del sujeto, y el problema en la fotografía a color está en que no somos capaces de controlar la interrelación de colores que se da dentro del objeto. No sería difícil agregar lo siguiente a la lista de dificultades, pero lo cierto es que el desarrollo de la fotografía está ligado al de su técnica.
Técnica
Descubrimientos constantes en el campo de la química y de la óptica están ampliando considerablemente nuestras posibilidades de acción. De nosotros depende la aplicación de estos descubrimientos a la técnica fotográfica para lograr mayores adelantos, pero hay toda una serie de fetiches que se ha desarrollado sobre este tema.
La técnica es importante sólo en la medida en que uno la maneja para comunicar lo que ve. Debemos crear y adaptar una técnica propia, pero con la intención de hacer efectiva nuestra visión en la película.
Como el resultado es lo único que cuenta, la evidencia decisiva es la copia terminada; de otro modo los fotógrafos nunca acabarían de contar historias sobre las fotografías que estuvieron “casi” a punto de conseguir, pero que en realidad son recuerdos de una visión nostálgica.
Nuestra labor, el reportaje fotográfico, tiene tan sólo treinta años de existencia aproximadamente. Creció gracias al desarrollo de cámaras de fácil transporte, lentes de mayor apertura —y, por ende, más rápidas— y películas rápidas de grano fino producidas para la industria cinematográfica. Para nosotros la cámara es una herramienta, no un juguete mecánico divertido. En la precisión del funcionamiento mecánico tal vez obtengamos una compensación inconsciente para nuestras tensiones diarias e inseguridades. En cualquier caso, vemos que lamentablemente hay demasiada preocupación en torno a la técnica y no la suficiente sobre la actitud al mirar.
A un fotógrafo le basta con sentirse a gusto con la cámara y que ésta sea apropiada para el tipo de trabajo que desea hacer. Hoy en día el manejo de la cámara, los stops, las velocidades de exposición y todo lo demás son cosas que deberían ser tan automáticas como el cambio de neumáticos en un automóvil. No es asunto mío entrar en detalles o refinamientos sobre cualquiera de estas operaciones (ni aun sobre las más complicadas), puesto que todas ellas están señaladas y descritas con precisión militar en los manuales distribuidos por los fabricantes junto con la cámara y el bonito estuche de cuero. Si la cámara que tenemos es un aparato estupendo, deberíamos tratar de ir un poco más allá —por lo menos en nuestras conversaciones—, y lo mismo podríamos aplicar para los “cómos” y “porqués” de obtener copias bonitas en el laboratorio.
Durante el procedimiento de ampliación es esencial recrear los valores y el clima del momento en que la fotografía fue tomada; o incluso modificar la copia con el fin de adecuarla a las intenciones que el fotógrafo tenía cuando la tomó. Es necesario restablecer el equilibrio que continuamente establece el ojo entre luz y sombra. Y es por estas razones que en la fotografía el acto de creación final tiene lugar en el cuarto oscuro.
Me divierte a menudo la idea que algunos tienen sobre la técnica fotográfica, que se manifiesta como un deseo insaciable de obtener imágenes precisas. ¿Es ésta la obsesión de una pasión? ¿O es que estos individuos esperan por medio de esta técnica trompe l’oeil asir más de cerca la realidad? En cualquier caso, están tan lejos del problema real como aquella generación que solía dotar a todas sus anécdotas fotográficas con una falta de precisión intencional que se consideraba “artística”.
Los clientes
La cámara nos pone en condiciones de llevar una especie de crónica visual. Yo, personalmente, la considero mi diario. Los fotógrafos reporteros somos gente que provee información a un mundo lleno de prisas, a un mundo doblado por el peso de las preocupaciones, inclinado a la cacofonía y poblado de seres ávidos de información, que necesitan la compañía de imágenes. Nosotros, mientras fotografiamos, inevitablemente emitimos juicios sobre lo que vemos, y esto implica una gran responsabilidad. Pero dependemos de la imprenta, ya que es a las revistas ilustradas adonde —como artesanos— mandamos la materia prima. Sin lugar a dudas fue para mí una experiencia emotiva vender mi primera fotografía (a la revista francesa Vu). Ése fue el inicio de la larga alianza que tengo con las revistas. Son ellas las que nos consiguen el público y las que saben cómo realizar los relatos fotográficos del modo en que el fotógrafo hubiese deseado hacerlo. Pero algunas veces, lamentablemente, los distorsionan. La revista puede publicar exactamente lo que el fotógrafo quería mostrar, pero éste también corre el riesgo de dejarse someter a los gustos o requerimientos de la revista.
En un relato fotográfico los pies de fotos deben dar a las imágenes un contexto verbal y deben destacar cualquier aspecto relevante de éstas cuando el hacerlo no esté al alcance de las posibilidades de la cámara. Lamentablemente, en la oficina del subdirector a veces se cuelan errores en los que no sólo se encuentran simples faltas de ortografía o de tino. De estos errores el lector hace responsable generalmente al fotógrafo. Y cosas como éstas suelen suceder.
Las fotografías pasan luego por las manos del director y del diagramador. El director debe elegir entre las treinta y tantas fotografías de que consta un “relato fotográfico” promedio. (Es como si tuviera que cortar en trozos el texto de un artículo para terminar extrayendo unas citas.) Para un relato fotográfico, como para una novela, hay esquemas ya dispuestos. Estas fotografías escogidas a criterio del director tienen que ser dispuestas en el espacio de dos, tres o cuatro páginas, según el interés que éste cree que puedan suscitar o según como esté la cuota de papel.
El gran talento del diagramador reside en saber escoger de este cerro de fotos una en particular que mere
zca una página completa o una doble, y en saber dónde insertar la fotografía chica que va a ser el eslabón indispensable del relato. (Mientras el fotógrafo toma las fotografías para su historia, debería ir pensando en la manera de disponerlas más ventajosamente). A menudo el diagramador tendrá que recortar una fotografía de modo que quede sólo la parte más importante, ya que para él cuenta, por encima de todo lo demás, la unidad de toda la página o de todo el conjunto. Un fotógrafo rara vez se mostrará lo bastante agradecido con el diagramador, que es quien da a su trabajo una magnífica presentación dirigida a conservar la significación íntegra de la historia; una disposición donde las fotografías tienen las imágenes a la distancia correcta y se destacan como es debido, y donde cada página posee el propio ritmo y construcción.
Hay una tercera preocupación para un fotógrafo: buscar una revista donde publicar su historia.
Hay otros medios de dar a conocer nuestras fotografías aparte de las revistas. Por ejemplo, a través de exposiciones o de la edición de un libro que constituye casi una forma permanente de exposición.
He hablado un buen tiempo, pero sólo de un tipo de fotografía. Hay muchos. Evidentemente son fotografía la fotografía borrosa que llevamos en nuestra billetera, las fotos brillantes del catálogo publicitario y un buen número de cosas más. No pretendo definirla para todo el mundo. Sólo intento definirla para mí mismo: para mí la fotografía es el reconocimiento simultáneo, en una fracción de segundo, de la significación de un hecho con la organización precisa de las formas que dan a ese hecho expresión propia.
Creo que en la vida el descubrimiento de uno mismo se da generalmente al mismo tiempo que el descubrimiento del mundo que nos rodea, el cual, si bien puede modelarnos, también puede ser modificado por nosotros. Debe establecerse un equilibrio entre estos dos mundos: el que está en nuestro interior y el que está fuera. Como resultado de un proceso dialéctico constante, estos dos mundos llegan a conformar uno solo. Y éste es el mundo que debemos comunicar.
Pero esto atañe sólo al contenido de la imagen. A mi juicio, el contenido no puede separarse de la forma. Y por forma me refiero a la organización rigurosa de las combinaciones de superficies, líneas y valores. Es en esta organización donde nuestras ideas y sentimientos se cristalizan y pueden comunicarse. En la fotografía la organización visual solamente puede brotar cuando se ha desarrollado bien el instinto.