El fotógrafo Gilles Peress ha estado en áreas de conflicto los últimos 30 años para retratar la realidad - sin importar cuan horrible fuera. Ha estado en medio de la revolución iraní y el Genocidio en Ruanda para llevar al ojo público temas globales. Y mientras se encuentra en zonas rojas, cree que la adrenalina es adictiva y peligrosa.
Fotografía: Gilles Peress |
“Vivir en Brooklyn es como vivir en el paraíso,” dice Peress, que vive en una pequeña casa en ladrillo en Nueva York junto con su familia. “Aún así el caos en mi cabeza es más grande que el caos afuera, por lo que tengo la percepción de no estar en paz.” Esto también explica porque este fotógrafo es enviado a lugares extremos por 30 años. A lugares en los que la guerra se desarrolla y los seres humanos hacen cosas inhumanas a otros. “Estoy más cómodo cuando el caos externo es más grande que el caos en sí,” explica. “Es en ese momento cuando las cosas que cuentan realmente importan.”
Nacido en Francia en 1946, Peress ha encontrado el caos en muchas ocasiones. Después de experimentar la Primavera parisina de 1968, documentó una larga huelga de mineros de carbón, y un disturbio religioso en Irlanda del Norte. A finales de la década de 1970, experimentó la Revolución iraní de cerca. Después se encontró evitando francotiradores en Sarajevo. En la agitación de la moda del documental fotografió las fosas comunes de Srebrenica y Vukodar, así como las escabrosas escenas del Genocidio en Ruanda. En Septiembre 11 capturó el sur de Manhattan mientras el terror llegó a Nueva York. Poco después fotografió la Guerra en Afganistán e Iraq, así como “un continuum de historia,” que es la manera como describe estos y otros conflictos. Para él, no hay una diferencia clara entre la guerra y la paz. “La guerra nunca es una guerra total; de la misma manera, la paz nunca es una paz total,” observa Peress. Embellece esta observación con una anécdota. En 1982, durante el asedio a Beirut, visitó en el hospital a un libanés quemado por fósforo israelí. A través de la ventana se podía escuchar un sonido rítmico: “tock, tock, tock”. Miró afuera – y vio a una pareja jugando tenis. En ese momento encendió un segundo cigarrillo. habla a sus hijos, a los que ama por encima de todas las cosas, y por quien se mudó a Nueva York en la década de 1970: “Estaba huyendo de la mediocridad de estar en París.” Por esa época se unió a la legendaria Agencia Magnum que por años a jugado un rol importante en la fotografía de guerra.
Peress no se ve a sí mismo como fotógrafo de guerra. Para él, el rol apropiado del periodismo es ampliar los temas importantes. Tampoco se ve como artista, aunque sus fotos son coleccionadas y exhibidas por renombrados museos alrededor del mundo. “No me gustan las etiquetas,” dice Peress, antes de explicar por qué: “El trabajo interesante sucede en un territorio intermedio entre el periodismo, el arte y el cine,” dice. “Además mi trabajo nunca es sobre mi. No me tomo mucho en serio.” Mientras otros fotógrafos pueden tener preconcepciones de justas heroicas en sus cabezas cuando entran en zonas de conflicto, él prefiere concentrarse solo en el sacrificio humano. “Si mira las guerras de comienzo del siglo XX, tendrá que las víctimas civiles ascienden al 10%, y las fuerzas armadas soportan el 90%. Hoy ese promedio ha subido” apunta Peress, a quien le gusta mostrar precisamente ese aspecto en las fotos, libros y exhibiciones. “Es moralmente reprochable negar este hecho.”
La historia debe ser enfrentada, no ignorada.
Peress habla de manera amigable, en ocasiones irradia carisma, en otras humor. “Nací en Francia, pero no hay nada francés en mi,” dice. Su abuelo era judio de Georgia, un producto de la Unión Soviética, mientras que su madre venía de una familia cristiana ortodoxa del Medio oriente. Creció en París, donde estudió filosofía y ciencias políticas. Tal vez esto explique porqué no le gustan las explicaciones simples o las conclusiones rápidas. “Necesito entender,” es su respuesta a la pregunta del porqué entra con su cámara a zonas en guerra. Tampoco pone su fe en las palabras de los medios o los gobiernos. “Tengo que ir y ver por mi mismo.” Esto es particularmente verdad cuando la línea oficial se desvía bastante de la realidad. Simplemente, él no pudo escuchar nada más en 1994, cuando abogados de las Naciones Unidas participaron en un debate en el que discutían si la masacre de Ruanda constituía un “acto de genocidio,” o “genuino genocidio.” La falla paralizante de la élite de la diplomacia para actuar en Bosnia y Croacia. “Necesitamos enfrentar historia porque no podemos ignorarla. Siempre va a ponerse al día con nosotros,” dice. Las escenas que graba con el lente de su cámara casi siempre se convierte en pieza de evidencia. Sus fotos de pesadilla de las fosas comunes en los Balcanes sirvieron como argumentos visuales que condujeron al establecimiento de la Corte Penal Internacional en La Haya.
Pero Peress no es un combatiente. Hace minuciosos análisis. “Llevar a abo una tarea completa permite reducir el riesgo en términos de porcentaje,” observa Peress, quien se considera a sí mismo “alguien que toma pocos riesgos.” Cuando las circunstancias lo requieren, viste un chaleco antibalas. Viaja durante el día, ya que viajar de noche es algo que considera peligroso. Prefiere carros armados que a alguno convencional. Verifica cuidadosamente en quien puede confiar, donde se encuentran las fronteras, y que intereses toma cada partido. Sólo cuando ha examinado los riesgos se encamina. “Entonces, estoy en las manos de Dios, y entro en una esfera espiritual y mental diferente.” Esta es la manera cómo él siente que puede fotografiar, “de otra manera no podría hacer nada.”
Admite conocer el sentimiento que produce la adrenalina. “Sé que la adrenalina es adictiva, y como cualquier sustancia adictiva necesita manejarse con gran precaución.” En su opinión, reduce el juicio de una persona y cambia su estilo de vida. Los fotógrafos de guerra que son motivados y hechizados principalmente por la adrenalina pronto olvidan porqué y cómo están tomando fotos. En los primeros días de la guerra, serán los adictos a la adrenalina y los jóvenes e inexpertos las primeras víctimas. “La fotografía de guerra debe ser tomada muy en serio,” explica Peress, “y nunca debe ser sobre uno sino acerca de las cosas que son más importantes que uno.” Es precisamente este el compromiso que se exige a sí mismo – una noble intención que conduce a un proceso digno.
Evade la pregunta acerca de qué le sucede cuando es confrontado por actos atroces y monstruosos. Es muy personal. Pero mentalmente no suprime las situaciones a las que ha sido expuesto. “En ocasiones mi trabajo pone de relieve mi asombro por la humanidad.” Enciende otro cigarrillo. Creció creyendo que todas las personas eran buenas en esencia – que incluso cuando las cosas van mal el sistema podría cambiarlas y arreglarlas. Ruando ensombreció esa perspectiva. Allí, 800.000 personas fueron asesinadas por otras con cuchillos en un mes. En ese momento Peress empezó a creer que tal vez el 90% de las personas eran malas por naturaleza. “Lo que me salvó fue que un 10% hace cosas buenas y hermosas,” dice. “Sin ellas, habría entrado en una gran depresión.” Y sin el trabajo que sigue para procesar sus experiencias, para darles “forma,” como lo expone. “El Silencio” es como llamó a su libro sobre Ruanda. Es un título que expresa el silencio después de las masacres con machetes entre Hutus y Tutsis, así como el silencio de la opinión global y el profundo silencio que brotó en él cuando procesaba las fotografías. “Cuando viajaba a Ruanda no había un sólo sonido. No sólo por todas esas personas muertas, sino de los animales también, todo.”
Encontrando la intersección entre realidad y ficción.
Peress ha tomad fotos de jóvenes Norte de Irlanda lanzando cocteles molotov cocktails a vehículos armados; y otras que muestran cadáveres o trenes llenes de refugiados. Ha fotografiado bomberos buscando sobrevivientes en vano entre los escombros del World Trade Center. Es consciente de la complicada relación de los que sufren y que se muestra de manera conmovedora. “Todo el trabao importante sucede en la intersección entre el mundo interior y el mundo exterior,” es como Peress elocuentemente describe el terrible dilema de los fotógrafos de guerra que se benefician del horror. “Yo siempre debo saber precisamente donde está la intersección entre la percepción real y la ficción, qué está pasando en mi cabeza y qué estoy viendo. Únicamente así puedo pararme en ambos lados de la cámara. ” Argumenta que así hace posible una situación auténtica, y si la intención es honorable, es lo que distingue a un proceso decente.
Peress usualmente fotografía en blanco y negro, y al mismo tiempo sus fotos tiene una belleza primaveral. Pero, ¿la miseria puede ser estetizada, y puede los eventos más horribles ser bellos?Esta es una pregunta que problematiza a los fotógrafos de guerra. “Comparadas con las de otros, mis fotos son menos bellas,” dice Peress. “Ellas son más difusas e iluminan el caos de la situación.” Al menos siempre encuentra la intersección entre el orden y el caos, entre la calma y la agitación. “Si encuentra belleza en mis fotos, al menos tiene menos que ver conmigo que con la paradoja de la vida y la muerte, la paradoja de la historia.” La lucha dialectica entre la forma y el contenido es algo que él piensa es muy importante. Únicamente si la tensión es real entre una forma fuerte y un contenido igual de fuerte, reconoce, puede una foto, un libro, o una instalación de museo realmente hacer cambios. Al final, el contenido siempre debe ganar la batalla. “Pero es patético cuando, debido a lo correcto políticamente, el contenido domina sin esa batalla dialéctica, y lo que está en la pared no significa nada y no es clara.”
Donde quiera que se encuentre, Peress rechaza el punto de vista crítico postmoderno que dice que no es posible presentar una visión adecuada de la realidad. Que cada foto cae en un conflicto antes que llevarlo más cerca. Que se amoral fotografiar escenas de guerra. “Esas son las teorías reaccionarias, inventadas por personas viviendo en las torres de marfil del mundo académico,” dice Peress. “Si no hay una representación adecuada de la realidad no tiene sentido adentrarse en el mundo, y si no se hace, cómo diablos va a cambiarlo? La alternativa sería no hacer nada, permanecer en silencio, estar en casa,” dice. “Pero las consecuencias de esto serían, para mí, aún mas horrorosas, la complicidad con el mal sería intolerable.”
¿Él siente que sus fotos pueden cambiar el mundo? Peress es muy inteligente para responder esta pregunta con un simple si o no. “Soy un hombre paciente,” dice. No es para él un mundo de resultados trimestrales, o de una continua urgencia por una satisfacción inmediata. Una cosa que por sí misma no puede cambiar el mundo, o cambiar la percepción del mundo. “Es la acumulación de muchos puntos de inflexión lo que nos cambia,” dice Peress. “Logros increíbles requieren de tiempo, y nunca son producto de algo individual sino de muchos individuos.” Como él dice, el mismo participa “humildemente” en el curso de a historia. “Cualquier cosa que trate de lograr, tiene que aceptar que tal vez no pase mientras viva.”
↬ / Hossli