abril 28, 2011

PULITZER 2011

Galardón otorgado a Carol Guzy, Nikki Kahn y Ricky Carioti de The Washington Post por sus retratos cercanos de angustia y desesperación después del catastrófico terremoto que destruyó Haiti.

BREAKING NEWS PHOTOGRAPHY
PULITZER PRIZE

"Haiti weeps" (Haiti llora)
Fotografía por: Carol Guzy - Haiti, enero 24, 2010
La perdida emocional del terremoto se refleja en las caras de los haitianos que asisten al servicio de acogida en la Catedral de Notre-Dame que fue destruida por el terremoto. Las calles estuvieron llenas de residentes asediados, sin trabajo, sin instrucciones de qué hacer y sin lugares en lo que comprar comida o tomar auxilio. Muchos dijeron sentirse solos y decían que la ayuda no iría en camino.

"Rescue" (Rescate)
Fotografía por: Carol Guzy - Haiti, enero 14, 2010
Los esfuerzos de rescate fueron obstaculizados por el hecho de que las agencias del gobierno y organizaciones internacionales que tenían a cargo operaciones de asistencia de ayuda coordinada fueron destruidos por el terremoto. Pero hubo momentos de esperanza pese a todo: un bebe de nombre Reggie Claude es rescatado de las ruinas de su casa. Los rescatistas y miembros de la familia se alegran mientras que  Oscar Vega lleva al niño a través de las calles.


"Tiny victim" (Pequeña víctima)
Fotografía por: Nikki Kahn - Haiti, enero 15, 2010
La cara maltratada y vendada de una niña es testigo de los acontecimientos en el Hospital General en Puerto Príncipe. Las facilidades fueron sobrepasadas con pacientes en busca de cuidado. "Esto es peor de lo que pensé" dijo un rescatista. Muchos países tienen la capacidad para lidiar con estas emergencias; este no tenía la capacidad de lidiar con ellas".


"The elderly" (La persona mayor)
Fotografía por: Nikki Kahn - Haiti, marzo 13, 2010
Idamise Pierre descansa en un árbol, su piel asemeja la corteza, mientras espera el baño en Azilo Casa Comunal para ancianos. Con gran resignación las personas mayores  han soportado décadas de pobreza en Haiti, confusión política, ahora en el ocaso de sus años se han quedado con el corazón pesado por el terremoto que eternamente alteró sus vidas.


"Squalid conditions" (Condiciones precarias)
Fotografía por: Ricky Carioti - Haiti, agosto 22, 2010
Meses después del terremoto, un joven se baña en agua contaminada en un campamento cerca del Palacio presidencial severamente dañado. Los retrasos en la construcción reflejan los trámites burocráticos de las donaciones y la complejidad de la reconstrucción del país más pobre del hemisferio occidental, que tençía una infraestructura pobre, un deficiente sistema de titulaciones de tierras y un gobierno apenas operante antes del desastre.


"Lifes goes on" (La vida continúa)
Fotografía por: Nikki Khan - Haití, marzo 16, 2010
Una pequeña vida emerge como Destiny Ariel Dorival y hace muecas a su madre, Nehemie Hilaire de 39 años, minutos después de haber nacido en una tienda hechiza que sirve como unidad materna en el Hospital General en Puerto Príncipe. Cerca de la mitad de la población es menor de 18 años. Aún en mejores épocas mucha de la juventud del país estaba desesperadamente necesitada de ayuda.


"Life amid the ruins" (Vida entre ruinas)
Fotografía por: Carol Guzy - Haití, enero 19, 2010
Una pareja se toma de las manos y camina entre la destrucción dejada en el paisaje de su país. Expertos familiarizados en esfuerzos de reconstrucción en Haití dicen que el trabajo de rescate es finalmente progresando bajo la guía de la Comisión Interina por la recuperación de Haití. El grupo se ha puesto como meta remover el 40 por ciento de las ruinas dejadas por el terremoto para octubre y ha aprobado proyectos como carreteras, edificios de apartamentos y 250 escuelas temporales para los niños. Pero aún con este proyecto en marcha tomará muchos años reconstruir Haití.

Más fotografías y biografía de los fotógrafos: Pulitzer 

abril 25, 2011

LA FOTO EN PAPEL

Tucumán, Argentina - 1916
Fotografía proveída por: Darío Albornoz

"La fotografía es un espacio de tiempo real guardado en un trozo de papel o en ’ceros y unos’ de una computadora. Pero estoy convencido de que la foto en papel (o tradicional) no morirá nunca". La contundente definición es del fotógrafo tucumano Darío Albornoz, quien se dedica a la investigación y desarrollo de procesos de conservación de imágenes, además de ser un especialista en la técnica del daguerrotipo. "La foto en papel es un documento y en muchos casos es una fuente documental", remarcó, en diálogo con el periódico La Gaceta.

El investigador indicó que el afán por registrar el instante, que casi de manera compulsiva todos hacemos con máquinas fotográficas y celulares, no va a cambiar por el momento. "Por ahora seguirá vigente la fotografía en papel y me aventuro a decir que no veremos su desaparición. Necesitamos representarnos, mirarnos, reconocernos; forma parte de nuestra naturaleza. Lo que sí debe hacerse es copiar las fotos importantes, para estar seguros de que no se perderán si falla algún proceso electrónico de archivo", remarcó.

Albornoz dijo que el daguerrotipo tenía la característica de ser una pieza única y de un enorme valor como imagen. "Si volvemos a los espejismos, nos daremos cuenta que la fotografía digital forma parte de ellos y que de virtual tiene todo; que para poder guardar nuestros recuerdos los tenemos que convertir en algo tangible y hasta ahora solamente el papel ha dado resultado. Los archivos fotográficos guardan imágenes del siglo XIX en un muy buen estado", agregó.

La fotografía, que hoy es digital en un muy importante porcentaje, marca en los usuarios cambios de costumbres y actitudes. "El usuario entiende que, en un mundo que camina velozmente, no hay tiempo para copiar en papel sus recuerdos. Entonces, ante el espejismo del mundo en la pantalla, en tiempo real, desaparece el anclaje que la fotografía hace con el pasado, ganando el interés por un futuro que le parece predecible", analizó.- La Gaceta. - 

abril 24, 2011

KEVIN CARTER


La imagen no presagió una celebración: una niña apenas con vida, un buitre ansioso de carroña. Aun así la fotografía que resumió la hambruna en Sudán le dio la fama a Kevin Carter - y de la esperanza de desarrollar una carrera pasó al acoso de la prensa - libre de presiones en zonas de guerra, esperando ansiosamente por asignaciones en medio de problemas financieros, permaneciendo en la línea de fuego por una buena fotografía. En Mayo 23, 14 meses después de capturar esa escena memorable, Carter caminó hacia la tarima de la Librería Low Memorial en Columbia University y recibió el Premio Pulitzer por aquella fotografía. El sudafricano capturó toda la atención, "Juro que recibí más aplausos que nadie", escribió Carter a sus padres en Johanesburgo. "No puedo esperar a mostrarles el trofeo. Es la cosa más preciosa, y el mayor reconocimiento a mi trabajo que puedo recibir."

Carter fue agasajado en los lugares más de moda en Nueva York. Los clientes de restaurantes, al escuchar su fama, se acercaban y pedían su autógrafo. Foto editores de las revistas más importantes querían conocer al nuevo fotógrafo, vestido en jeans negros y camisetas, con brazaletes tribales y arete de diamante, con los ojos cansados de la guerra e historias desde el frente de la nueva Sudáfrica de Nelson Mandela. Carter firmó con Sygma, una prestigiosa agencia fotográfica representante de los 200 mejores fotoperiodistas del mundo. "Este puede ser un negocio glamoroso", dijo el Director norteamericano de Sygma, Eliane Laffont. "Es muy difícil de hacer, pero Kevin es uno de los pocos que realmente se abría paso. Las chicas se enamoraban de él, y todo el mundo quería escuchar lo que él tuviera que decir."

Hubo poco tiempo para ello. Dos meses después de recibir el Pulitzer, Carter murió envenenado por monoxido de carbono en Johanesburgo, se suicidó a los 33 años. Su camioneta roja fue parqueada cerca al rio donde él jugaba de niño; una manguera de jardín estaba atada al exhosto del carro llevando el humo hacia adentro. "Yo realmente, realmente lo siento," se explicaba en una nota que dejó en el asiento del pasajero al lado de un paquete de furnituras. "La pena de la vida prevalece sobre la alegría al punto de que la alegría no existe."

Kevin Carter junto a niños en la frontera keniata.
Fotografía por: Joao Silva - Kenia, 1993

¿Cómo pudo un hombre, que movió tanta gente con su trabajo, suicidarse justo después de su triunfo más grande? El breve obituario, que apareció alrededor del mundo sugirió una historia moral acerca de una persona maldecida por la fama. Los detalles, sin embargo, muestran que la fama llegó solamente al final, punto dramático de una muerte anunciada por la personalidad de Carter, la presión de ser el primero donde la acción sucedía, el miedo de que sus fotografías no fueran lo suficientemente buenas, la lucidez existencial que llegaba a él por sobrevivir a la violencia una y otra vez - y las drogas que utilizaba para desvanecer su lucidez. Si hay una lección fundamental que pueda extraerse del meteórico ascenso y caída de Carter, es que la tragedia no siempre tiene dimensiones heroicas. "Siempre tengo todo a mis pies" decían las últimas palabras en su nota de suicidio, "pero siendo yo solo me ajustaba de cualquier manera" ("but being me just fit up anyway.")

Primero, hubo una historia. Kevin Carter nació en 1960, el año en el que el Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela estaba fuera de la ley. Descendiente de inmigrantes ingleses, Carter no fue parte de la corriente "Afrikaner" que regía el país. Aún más, esta ideología lo ofendía. Sin embargo, él fue capturado por  esta desventura histórica.

Sus devotos padres católicos, Jimmy y Roma vivieron en Parkmore, un suburbio de Johanesburgo, y aceptaban el apartheid. Kevin, sin embargo, como muchos de su generación, pronto empezaron a cuestionarlo abiertamente. "La policía iba por ahí arrestando pobladores negros por no llevar sus papeles," decía su madre. "Ellos suelen tratarlos muy mal, y nos sentíamos incapaces de hacer algo por eso. Pero Kevin   estaba furioso. él solía tener peleas con su padre. ¿Por qué no podemos hacer algo? ¿Por qué no vamos a gritar a los policías?""

A pesar de que Carter insistía en que amaba a sus padres, le dijo a sus más cercanos amigos que su infancia fue infeliz. Como adolescente, encontró emoción en las motocicletas y fantaseaba en convertirse en conductor de carreras. Después de graduarse de una escuela católica en Pretoria en 1976, Carter estudió farmacia antes de dejarlo por malas notas un año después. Con los estudios aplazados, fue reclutado por las Fuerzas Sudafricanas de Defensa (SADF), donde se encontró defendiendo el régimen del apartheid. Una vez, después de ponerse del lado de un camarero negro, algunos soldados afrikaans lo llamaron kaffir-boetie (amante de los negros) y fue golpeado. En 1980 Carter se escapó, tomó una motocicleta hacia Durban y, llamádose David, se convirtió en disc jokey. Deseaba ver a su familia pero se sentía avergonzado de volver. 

Un día perdió su trabajo, tomó pastillas para dormir y para el dolor y veneno para ratas. Sobrevivió. Volvió a la S.A.D.F. para terminar su servicio y fue herido en 1983 mientras estaba de guardia en los cuarteles de la fuerza aerea en Pretoria. Una bomba atribuida a la A.N.C. explotó, matando 19 personas. Después de dejar el servicio, Carter trabajó en una tienda de suplementos para cámaras y se introdujo al fotoperiodismo, primero como fotógrafo de deportes los fines de semana para el Johannesburg Sunday Express. Cuando los disturbios empezaron por arrasar las ciudades negras en 1984, Carter se movió al Johannesburg Star y se unió a los jóvenes reporteros blancos que querían exponer la brutalidad del apartheid - una misión que era exclusivamente realizada por fotógrafos negros de Sudáfrica.  "Ellos se ponían en peligro, fueron arrestados muchas veces, pero nunca renuciaron. Estuvieron literalmente dispuestos a sacrificarse a sí mismos por lo que creían," dijo el fotoperiodista estadounidense James Nachtwey, que frecuenteente trabajó con Carter y sus amigos.

En 1990, la guerra civil era más violenta entre los A.N.C. de Mandela y los Zulu soportados por el Partido Inkatha Freedom. Para los blancos, se convertió en potencialmente fatal ir a trabajar a las ciudades solos. Para disminuir el peligro, Carter andaba con tres amigos - Ken Oosterbroek del Star y los free-lancers Greg Marinovich y Joao Silva - y ellos empezaron a recorrer Soweto y Tokoza hasta el anochecer. Si una pandilla disparaba contra un bus, tiraba a alguien de un tren o acuchillaba a alguien en las calles, era más probable que sucediera cuando los habitantes empezaban sus jornadas de trabajo en la suave luz de la mañana africana. Los cuatro empezaron a ser conocidos por capturar la violencia que Living, una revista de Johanesburgo, bautizó como "The bang-bang club."

Militantes de la ANC reciben una "pócima de poder" antes de marchar.
Fotografía por: Kevin Carter - Bekkersdal, 1993

Aún con el equipo de trabajo, cruzar la ciudad era cada vez un asunto peligroso. Las bien armadas fuerzas del gobierno usaban fuego excesivo. Las caóticas peleas mano a mano entre facciones negras envolvían AK-47, lanzas y hachas. "En un funeral algunos dolientes capturaron a un hombre, lo cortaron, le dispararon, lo atropellaron con un carro y le prendieron fuego", decía Silva, describiendo un encuentro típico. "Mi primera foto mostraba a este chico en el suelo mientras la multitud le decía que lo iban a matar. Tuvimos suerte de escapar."

Algunas veces tomaba más que una cámara y un amigo para llevar a cabo el trabajo. La marihuana, conocida localmente como dagga, es muy común en Sudáfrica. Carter y muchos otros fotoperiodistas la fumaban habitualmente en las ciudades, en parte para liberar la tensión y en parte para lidiar con los guerreros de las calles armados hasta los dientes. Aunque él lo negaba, Carter, al igual que muchos fumadores fuertes de dagga, se introdujeron en algo más peligroso: fumaban la "pipa blanca", una mezcla de dagga con Mandrax, un tranquilizante prohibido que contenía metacualona. Proveía un golpe intenso e inmediato y luego dejaba al usuario en trance por una hora o dos. 

En 1991, trabajar en una patrulla hasta el amanecer trajo su pago para uno del Bang-bang club. Marinovich ganó el premio Pulitzer por las fotografías de un hombre Zulu acuchillando a muerte a un partidiario del A.N.C. en septiembre de 1990. Este premio subió la apuesta para el resto del club, especialmente para Carter. Y para Carter, las comparaciones surgieron. Aunque Oosterbroek era su mejor amigo, ellos eran, acorde a Nachtwey, "como dos personalidades opuestas. Ken era una fotógrafo exitoso con una esposa amorosa. Su vida estaba en orden." Carter andaba de romance en romance, incluso fue padre de una niña fuera del matrimonio. En 1993 Carter se dirigió a la frontera norte con Silva para fotografiar el movimiento rebelde en una zona afectada por la hambruna en Sudan. Para hacer el viaje, Carter pidió una licencia en el Weekly Mail y pidió prestado dinero para el vuelo. Inmediatemente después que el avión tocó tierra en la Villa de Ayod, Carter empezó a tomar fotos de las víctimas de la hambruna. Buscando alivio de la masa de personas que morían de hambre, vago por el lugar. Escuchó un suave, apenas en respiro fuerte y vio a una pequeña niña tratando de hacer un esfuerzo por llegar al centro de comida. Cuando se agachó para fotografiarla un buitre aterrizó a su vista. Cuidadoso de no molestar al pájaro, se colocó para tomar la mejor imagen posible. Después diría que esperó 20 minutos esperando que el buitre abriera las alas. Cuando no lo hizo, y después de tomar sus fotografías, espantó al ave y miró como la niña volvía a su lucha. Después se sentó bajo un árbol, fumó un cigarrillo, habló con Dios y lloró. "Se deprimió después de eso", mencionaba Silva. "permanecía diciendo que quería abrazar a su hija."

Después de otro día en Sudán, Carter volvió a Johanesburgo. Coincidencialmente, el New York Times, estaba buscando fotografías de Sudán, compró sus fotos y la publicó el 26 de marzo de 1993. La fotografía inmediatamente se convirtió en icono de la hambruna en África. Cientos de personas escribieron y llamaron al  Times preguntando que había sucedido con la niña (el periódico no reportaba si se sabía si la niña había llegado o no al centro de alimentos); y periódicos alrededor del mundo reprodujeron la foto. Amigos y colegas felicitaron a Carter y su trabajo. Su confianza en si mismo se elevó. 

Carter renunció al Weekly mail y se convirtió en fotoperiodista free-lance - un atractivo pero financieramente riesgosa forma de vivir, no hay trabajo seguro, no hay seguro de salud o beneficios de muerte. Eventualmente firmó con la agencia de noticias Reuters para garantizar aproximadamente $2.000 al mes y empezar a hacer planes para cubrir las primeras elecciones multiraciales del país en abril. Las siguientes semanas, sin embargo, trajeron depresión y dudas, únicamente interrumpidas por el triunfo. 

Los problemas empezaron en Marzo 11. Carter estaba cubriendo la fallida invasión a Bophuthatswana por hombres blancos de derecha en un intento por proporcionar una patria negra, una muestra del apartheid. Carter se encontró a pocos metros de las ejecuciones sumarias de los derechistas por policías negros "Bop." "Estando en el fuego cruzado", dijo él, "me preguntaba en cual milisegundo siguiente iba a morir, y acerca de poner algo en la película que ellos pudieran usar como mi última fotografía."

Alwyn Wolfaardt, de la organización de extrema derecha AWB (Afrikaneer) ruega por su vida ante un policía.
Fotografía por: Kevin Carter - Bophutthatswana, 1994

Sus fotografías fueron eventualmente expuestas en las páginas frontales de los periódicos alrededor del mundo, pero se escapaba de la escena en un instante. Primero, el horror de ser testigo de asesinatos. Tal vez lo más importante, mientras unos pocos colegas tomaban la escena perfecta, Carter recargaba su cámara solo cuando las ejecuciones tomaban lugar. "Sabía que había perdido el jodido disparo", dijo después. "Me tomé una botella de whisky esa noche."

Kevin Carter cubriendo un enfrentamiento en Alexandra.
Fotografía por: Guy Adams - Johanesburgo

Al mismo tiempo, parecía que sus hábitos adictivos eran más fuertes, incluyendo la pipa blanca. Una semana después de las ejecuciones Bop, fue visto dando tumbos mientras seguía a Mandela en Johanesburgo. Luego, estrelló si carro contra una casa y fue llevado a prisión 10 horas por conducir bajo efectos del alcohol. Su superior en Reuter estaba furioso por tener que ir a la estación para recuperar las fotografías de Carter acerca del evento con Mandela. La novia de Carter. Kathy Davidson, una profesora de escuela, estaba aún más furiosa. Las drogas se habían convertido en un problema gigantesco en un año de relación. En Semana Santa, ella le pidió que se mudara hasta que hubiera limpiado si vida. 

Con solo unas semanas antes de las elecciones, el trabajo de Carter en Reuter se tambaleaba, el amor de su vida estaba en suspenso y buscaba un lugar para vivir. Y después, en abril 12 de 1994, el New York Times le telefoneó para decirle que había ganado el Pulitzer. Como editora fotográfica del Times Nancy Buirski le dio la noticia, Carter estaba divagando en sus problemas personales. "¡Kevin!" le interrumpió ella, "¡acabas de ganar el Pulitzer! esas cosas no van a ser tan importantes ahora."

Temprano el lunes, 18 de abril, el Bang-Bang club se dirigió a municipio de Tokoza, 10 millas del centro del Johanesburgo a cubrir un brote de violencia. Poco antes del mediodía, con el sol demasiado brillante para tomar fotografías, Carter volvió a la ciudad. Después escuchó que su mejor amigo, Oosterbroek, había sido asesinado en Tokoza. Marinovich había sido gravemente herido. La muerte de Oosterbroek devasto a Carter, y volvió al trabajo en Tokoza al siguiente día, a pesar del incremento de la violencia. Él dijo después a sus amigos que él y no Ken "debió haber recibido la bala."

Nueva York era un respiro. Para el registro, Carter hizo la mayoría de sus visitas en Manhattan. El Times lo llevó en vuelo y lo puso en el Marriot Marquis justo al lado del Times Square. Su espíritu estaba en alza, y nombró a Nueva York como "mi ciudad."

Con el Pulitzer, sin embargo, no solo tenía que lidiar con las ovaciones sino también con el foco de la crítica que venía con la fama. Algunos periodistas de Sudáfrica llamaron su premio una "casualidad" (fluke), alegando que él había dispuesto de alguna manera el cuadro. Otros cuestionaron su ética. "El hombre ajusta su lente para tomar el cuadro justo de su sufrimiento" dijo el St. Petersburg (Florida) Times, "puede ser también un depredador, otro buitre en la escena." Incluso algunos amigos de Carter se preguntaron en voz alta porqué no había ayudado a la niña.

Carter fue dolorosamente consciente del dilema del fotoperiodista. "Tengo que pensar visualmente," dijo alguna vez, describiendo las tomas de fotografías. "Hago un zoom in en un disparo de fotografía de un hombre muerto y un charco de sangre. Yendo a su uniforme caqui en una piscina de sangre en la arena. La cara del hombre muerto esta ligeramente gris. estas haciendo una visual ahí. Pero dentro algo está gritando, "Mi Dios." Pero es tiempo de trabajar. Lidia con el resto después. Si no puedes hacerlo, salte del juego." Decía Nachtwey, "Cada fotógrafo que se ha visto envuelto en estas historias ha sido afectado, Tú cambias para siempre. Nadie hace esta clase de trabajo para sentirse bien consigo mismo. es muy difícil seguir."

Buitre acecha a una pequeña niña devastada por la hambruna en Ayod.
Fotografía por: Kevin Carter - Sudán, 1993
Premio Worlpress - 1994

Carter no volvió a casa. El verano estaba empezando en Nueva York, pero en el final de junio era invierno en Sudáfrica, y Carter se deprimió casi al mismo tiempo que el avión despegó. "Joburg es seco y café y frio y muerto, y lleno de malos recuerdos y amigos ausentes," escribió en una carta nunca enviada a su amiga, la editora fotográfica de Esquire Marianne Butler en Nueva York.

Sin embargo, Carter registraba ideas para historias y enviaba algunas por fax a Sygma. El trabajo no llegó lentamente. A pesar de no ser su culpa, Carter se sintió culpable cuando un lío burocrático causó la cancelación de una entrevista de un escritor de la Revista Parade, un cliente de Sygma, con Mandela en Cape Town. Después llegó una experiencia más desagradable. Sygma le pidió a Carter permanecer en Cape Town y cubrir la visita de estado del Presidente francés Francois Mitterrand a Sudáfrica. La historia era noticia de primera, pero acorde al editor de la oficina en París de Sygma, Carter envió sus fotografías demasiado tarde para ser usadas, En cualquier caso, ellos añadieron, la calidad de las fotos era muy pobre para ofrecerlas a los clientes de Sygma.

De acuerdo a sus amigos, Carter empezó a hablar de suicidio. Parte de su ansiedad provino de la asignación a Mitterrand. Pero más que todo parecía preocupado por dinero y llegar a final de mes. Cuando una asignación en Mozambique llegó de TIME, el aceptó prontamente. Pero a pesar de poner tres alarmas para su vuelo temprano en la mañana de Julio 20, perdió el avión. Aún más, después de seis días en Mozambique, retornó a Johanesburgo, dejando el paquete de fotografías sin revelar en su asiento. Carter se dio cuenta de su error al llegar a la casa de un amigo. Se devolvió al aeropuerto pero no encontró nada. Angustiado volvió a la casa de sus amigos en la mañana, amenazando con fumar pipa blanca y gas hasta morir.

Kevin Carter fotografía a Ken Oosterbroek en medio de violentos enfrentamientos.
Fotografía por: Ken Oosterbroek - Soweto, 1993

Carter y su amiga, Judith Matloff de 36 años, una corresponsal estadounidense para Reuter, cenaron gambas de Mozambique que él había traído. Él estaba muy avergonzado para contarte acerca de los rollos de fotografías perdidos. En cambio discutieron acerca de sus futuros. Carter le propuso formar un equipo free-lance escritora - fotógrafo y viajar juntos por África.

En la mañana del miércoles, Julio 27, el último día de su vida, Carter parecía lleno de vida. Permaneció en cama hasta cerca del mediodía y luego dejó una fotografía que había sido tomada por petición del Weekly Mail. En la sala de redacción del periódico, habló de su angustia con viejos colegas, uno de ellos le dio el número de una terapista y lo instó a que le llamara.

La última persona en ver a Carter con vida, al parecer, fue la viuda de oosterbroek, Monica, Hacia el anochecer, Carter apareció en su casa sin anunciarse para contar sus problemas. Aun recuperándose de la muerte de su esposo tres meses antes, ella no estaba en condición para ofrecerle consuelo. Se separaron cerca de las 5:30 p.m.

El  Braamfonteinspruit es un pequeño río que corta hacia el sur por los suburbios del norte de Johanesburgo - y a través de Parkmore, donde Carter alguna vez vivió. Alrededor de las 9 de la noche, Kevin Carter estacionó su camioneta roja Nissan contra un árbol en el Centro de Campo y Estudios. Él había jugado allí cuando niño. El Club Sandton Bird estaba teniendo su reunión mensual allí, pero nadie vio a Carter como usaba la cinta gris adhesiva para conectar la manguera con el exhosto y correr a la ventana del lado del pasajero. Vistiendo Lee jeans sin lavar y una camiseta Esquire, se sentó y encendió el auto. Después puso música en su walkman y descanso de un lado, usando su maleta como almohada.

La nota de suicidio que dejó atrás es una letanía de pesadillas y negras visiones, un intento de autobiografía, autoanálisis, explicaciones, excusas. después de volver de Nueva York, él escribió, estaba "deprimido... sin teléfono... dinero para el arriendo... dinero para mantener al bebe... dinero para las deudas... dinero!!!--- Estoy atormentado por las memorias vivas de matanzas y cadáveres y enfadado y dolido... por lo niños hambrientos y heridos, por los malos hombres, a menudo policías, por las ejecuciones a muerte..." Y después esto:  "He ido a encontrarme con Ken si es que tengo esa suerte." (Traducción muy libre) Scott Macleod, Time (Septiembre 12, 1994)

La muerte de Kevin Carter (doblado al español) - Parte UNO:



Parte DOS; parte TRES

Enlaces:

- El suicida del Club Bang-Bang (Kevin Carter) - Octubre 19, 2005: Suicidario
- Página de documental. Dir. Dan Krauss: The dead of Kevin Carter
- Fotografías de alto impacto: Taringa

abril 23, 2011

THE BANG BANG CLUB - LIBRO

Escrito por: Greg Marinovich / Joao Silva

LOS QUE VIERON DEMASIADO

Desde la liberación de Nelson Mandela a las elecciones que lo consagraron como presidente, hubo una silenciosa y terrible guerra civil en Sudáfrica, no sólo entre negros y blancos sino también entre los partidarios de Mandela y los zulúes separatistas, financiados bajo cuerda por los paramilitares. Los mejores corresponsales de guerra del mundo estaban ahí, pero las más vívidas imágenes las consiguieron cuatro fotógrafos sudafricanos. Hoy, dos de ellos están muertos y los otros dos acaban de publicar un libro contando su experiencia. Ésta es la historia de esos cuatro amigos, bautizados el Bang Bang Club por su temeridad rayana en la demencia.


Por Mariana Enríquez

Como la mayoría de los sudafricanos blancos, Greg Marinovich, un hijo de inmigrantes croatas criado en el apartheid, no comprendía demasiado bien de qué se trataba esa guerra civil que se había desatado en la comunidad negra tras la liberación de Nelson Mandela después de 27 años de prisión y ante la posibilidad de que los sudafricanos pudieran participar por primera vez en su historia de unas elecciones sin discriminación racial. Tenía 28 años, en agosto de 1990, cuando decidió abandonar la fotografía antropológica para internarse con sus cámaras en los albergues de Soweto, el ghetto negro más grande de Sudáfrica, a sólo 15 kilómetros del centro de Johannesburgo.

Greg Marinovich - Johanesburgo, 1994

Los albergues eran precarios edificios que, durante el apartheid, servían para alojar a los pobladores negros de las zonas rurales. Las leyes sudafricanas sólo les permitían permanecer en zonas urbanas mientras tuvieran un empleo. Y prohibían explícitamente la presencia de mujeres. Escribe Marinovich: “El sueño del apartheid era forzar a los negros (el 80% de la población) a ser ciudadanos legales sólo en las homelands étnicas, que eran nominalmente independientes y cubrían apenas el 13% del territorio. El resto del país, las tierras ricas, podían así ser disfrutadas por la minoría blanca, que convenientemente los empleaba para trabajos cautivos”. Los albergues eran edificios claustrofóbicos: hornos en verano, heladeras en invierno, y todo el año superpoblados. En 1990 eran, además, el mayor foco de violencia entre quienes apoyaban al Congreso Nacional Africano (CNA) de Nelson Mandela y los separatistas zulúes (Inkatha). El conflicto entre etnias (la gran mayoría de partidarios del CNA pertenecían a la comunidad Xhosa, más urbanizada que los zulúes) era histórico y real, pero lo cierto es que Inkatha recibía secretamente armas y entrenamiento militar de las fuerzas de seguridad del gobierno blanco, a cambio de colaborar con ellos en el intento de destruir al CNA. Por supuesto, había zulúes que apoyaban al CNA, de modo que también existía este conflicto interno.

En aquel momento, sin embargo, Marinovich ignoraba casi todo matiz acerca de esa guerra civil, y llegó a Soweto dispuesto a tomar fotos del bando de los Inkatha. Después de algunas horas dentro de un albergue, Marinovich se dio cuenta de que los zulúes con los que estaba hablando empezaban a ponerse nerviosos. En una de las habitaciones, aparentemente, se había escondido un partidario del CNA que los miembros de Inkatha obligaron a salir. “Los zulúes y yo lo corrimos, una jauría tras la presa aterrada. Después de dar unos cuantos pasos el perseguido cayó, no sé cómo o por qué, pero los atacantes lo rodearon enseguida, en un círculo apretado y silencioso, y empezaron a acuchillarlo y apalearlo. Mis oídos captaban con absoluta nitidez el suave sonido del acero penetrando en la carne, los golpes secos de los palos destrozando su cráneo... Yo era uno más en el círculo de asesinos, fotografiándolo a apenas medio metro de distancia. Estaba horrorizado, diciéndome a gritos que eso no podía estar sucediendo. Pero al mismo tiempo verificaba si la luz estaba bien, cambiaba de cámara (una cargada con rollo color, la otra en blanco y negro), era tan consciente de mi trabajo como fotógrafo como del olor a sangre y a sudor de los hombres a mi alrededor... El muerto no era un Xhosa, sino un Pondo. Y los Pondo estaban más cerca de los zulúes que de los Xhosa; de hecho, la mayoría apoyaba a Inkatha”.

Linchamiento de Lindsaye Thabalala por milicianos de la ANC.
Fotografía por: Greg Marinovich - Soweto, 1990

Cuando Marinovich volvió al diario donde trabajaba, sus compañeros le sugirieron que llevara las fotos a Associated Press. Se las compraron. “Estaba aprendiendo rápido. Era mi oportunidad de ganarme un lugar en el mundo del periodismo. Y eso era posible gracias al salvaje asesinato de un hombre”. Su foto más famosa llegó un mes después, también en Soweto, pero en un barrio (White City) dominado por partidarios del CNA. La víctima, esta vez, fue un zulú: un chico se acercó al hombre que yacía inerte, desarmó la molotov que tenía preparada y roció al hombre con nafta. Después, le tendió su caja de fósforos a uno de los hombres que había participado del linchamiento. “Había una boletería de ladrillo que me impedía ver al hombre tirado en la calle. Cuando oí a las mujeres ululando en celebración de la victoria, corrí para ver mejor. El hombre al que creía muerto estaba corriendo hacia el campo, envuelto en llamas. Lenguas de fuego rojas, azules y amarillas quemaban su ropa y su piel. Corría de manera torpe y urgente, lo que pretendía era escapar del dolor. Levanté la cámara mientras la antorcha humana detenía su marcha y se derrumbaba. Cuando hacía foco, noté que el sol estaba justo detrás del hombre en llamas. El medidor de luz de la cámara no funcionó, así que abrí totalmente el diafragma. Apreté el obturador y después alejé la cámara de mi rostro por un segundo para enmarcar. Un hombre semidesnudo y descalzo entró en cuadro y descargó un machetazo sobre la cabeza incendiada del hombre, mientras un niño escapaba de esa visión infernal, de ese enemigo que se rehusaba a morir”. En abril de 1991, esa foto de Marinovich, que se llamó “Antorcha Humana”, ganó el Pulitzer. Fue el primer Pulitzer que se le otorgó a un sudafricano.

Fotografía por: Greg Marinovich -  Soweto, 1990

El Bang Bang Club La crónica de estas dos fotos de Marinovich abarcan enteramente los primeros capítulos de The Bang Bang Club: Snapshots from a Hidden War, el libro que el fotógrafo sudafricano acaba de editar en el sello Random House, escrito en colaboración con su compañero y compatriota Joao Silva. El Bang Bang Club era un grupo de cuatro fotógrafos sudafricanos integrado por Marinovich y Silva junto a Kevin Carter y Ken Oosterbroek. Compañeros de trabajo desde 1991, para cuando Mandela ganó las elecciones tres años después, dos de ellos (Carter y Oosterbroek) estaban muertos. Según dice el Arzobispo y Premio Nobel de la Paz Desmond Tutu en el prólogo del libro, esos cuatro fotógrafos fueron los que ayudaron a contar la historia: “Nos maravillaban con su trabajo ¿Cómo hacían para capturar esas imágenes en el frenesí de la matanza? Debían tener un coraje extraordinario para trabajar en los campos de la muerte tan imperturbablemente y con tanto profesionalismo. Y debían ser bastante fríos para enfrentar ese horror como parte de su trabajo. Ahora que han roto el silencio sabemos cómo operaron en equipo, cuán frecuentemente debieron ser insensibles, al punto de pisotear cadáveres sin mostrar emoción, para capturar esa imagen que les demandaban las agencias. Ahora sabemos un poco el costo de ese constante contacto con la muerte que ellos llamaron, con humor macabro, el Bang Bang Club. Los sudafricanos les debemos muchísimo por su contribución en este frágil proceso de transición de la represión a la democracia, de la injusticia a la libertad”.

Marinovich y Silva, los sobrevivientes del grupo, empezaron a escribir una crónica de aquellos tiempos durante la transición sudafricana, en 1997. Confiesa Silva: “No queríamos ni hablar sobre esa época. Y cuando nos decidimos a hacerlo, fue un viaje de descubrimiento. Las preguntas sobre nuestros actos eran muy complejas, más allá de cuánto los hubiéramos racionalizado. Aún hoy no podemos liberar del todo la rabia y la amargura que nos invade cuando recordamos. Es parte de nosotros, de nuestro país. Lo que descubrimos que nos unía como grupo era que cuestionábamos la moralidad de nuestro trabajo, que había momentos y lugares en los cuales había que bajar la cámara y dejar de ser fotógrafos”.

Combate en Bisho que dejaron más de 26 muertos.
Fotografía por: Greg Marinovich

La amistad entre los miembros del Bang Bang Club empezó en los años ‘80. Greg Marinovich conoció a Kevin Carter, el más inestable de los cuatro, a través de su hermano, un periodista deportivo. Carter era jefe de fotografía (duraría poco en el puesto) del periódico anti-apartheid Weekly Mail. A principios de los ‘90, Marinovich y Carter empezaron a recorrer los barrios negros juntos. Carter era amigo íntimo de Ken Oosterbroek, jefe de fotografía de The Star, dos veces elegido Fotógrafo Sudafricano del Año, y el más arrogante y atractivo del grupo. Marinovich lo admiraba,y le gustaba trabajar con él. El club se completó cuando Joao Silva entró a trabajar en The Star, a instancias de Ooesterbroek. “Había amistades individuales entre los cuatro, y a la vez un lazo común. Nuestras novias y esposas se hicieron amigas, y nos juntábamos siempre a cenar o discutir las fotos cuando uno de nosotros había logrado algo bueno”, escribe Marinovich. “Cuando había mucha violencia, formábamos una patrulla de madrugada: nos levantábamos antes de las primeras luces para recorrer juntos los barrios, cosa de no estar tan desamparados si sonaba la alarma. El amanecer era la transición entre el caos de la noche y el supuesto orden del día, el momento en que la policía se llevaba los cadáveres. A veces, cuando escuchaba el despertador, buscaba cualquier excusa para quedarme en la cama. Pero saber que los otros me estaban esperando en alguna parte terminaba obligándome a levantarme”. El amanecer también era la hora en que los trabajadores subían a los trenes: el momento en que había más gente en las calles, y el momento más propicio para la violencia.

Kevin Carter fotografía a Ken Oosterbroek.
Fotografía por: Ken Oosterbroek - Soweto, 1993

Para 1994 el Bang Bang Club ya era un grupo absolutamente unido: “Les habíamos cerrado la puerta a todos los fotógrafos que se nos querían unir. Sí; éramos arrogantes, elitistas y muy competitivos. Era un poco ridículo, pero la verdad es que habíamos pasado años aprendiendo cómo conseguir buenas fotos en circunstancias tan difíciles, y no queríamos ayudar a ningún advenedizo, fuera local o extranjero, que pretendiera hacer lo suyo en un par de semanas y después irse”. El Bang Bang Club fotografió casi todo, incluso la agonía de uno de sus integrantes, cuando Ken Oosterbroek fue asesinado por una bala perdida en Thokoza, en 1994. Pero nunca pudieron documentar el accionar de la “tercera fuerza”: los parapolicías y paramilitares blancos que asesinaban en los barrios negros. Estaba claro que esto sucedía: las denuncias se multiplicaban, así como las historias de hombres blancos con el rostro y la piel de los brazos pintados de negro para camuflarse. Pero el Bang Bang Club no logró una sola foto que documentara el terrorismo de estado. Las responsabilidades de la policía blanca se conocerían mucho después, en el Informe de la Comisión por la Verdad y la Reconciliación, durante el gobierno de Mandela.

Ken Oosterbroek agoniza en brazos de Gary Bernard.
Fotografía por: Joao Silva - Soweto, 1994

El buitre y la niña.
Kevin Carter había nacido en una familia cristiana de clase media. “En casa no éramos racistas, sino supuestos liberales. Fui criado para amar a mis semejantes, pero ahora cuestiono a la generación de mis padres por no haber hecho nada contra el apartheid”. Cuando terminó la secundaria, Carter entró en el ejército. Pronto se dio cuenta que había sido un error: en 1980, trató de defender a un mozo negro que sus compañeros soldados insultaban. Lo golpearon tanto que terminó en un hospital. Cuando lo dieron de alta desertó e intentó empezar otra vida como disc-jockey en Durban, con nombre falso. Cuando descubrieron su verdadera identidad, intentó suicidarse por primera vez, con veneno para ratas. No lo consiguió, y aceptó terminar el servicio militar, con las penalizaciones correspondientes, para evitar más problemas. Cuando estuvo libre, empezó a trabajar como fotógrafo. A esa altura, ya era adicto a la Pipa Blanca: una combinación de Mandrax (de venta ilegal en Sudáfrica) y dagga (marihuana), que se fuma usando el pico de una botella rota.

En 1993, cuando trabajaba para el Weekly Mail, Carter sintió que su carrera como fotógrafo estaba en un punto muerto, y decidió financiarse él mismo un viaje a Sudán. Lo acompañó su amigo Joao Silva. Querían trabajar en lo que los voluntarios llamaban “El Triángulo de la Hambruna”, en el sur de Sudán, donde el gobierno islámico estaba en guerra con las tribus Nuer y Dinka. Llegaron en un avión de las Naciones Unidas cargado de comida. “Los pobladores hambrientos rodearon el avión, salvo aquellos demasiado débiles para caminar, que esperaban sentados alrededor de un improvisado comedor”. Los dos vieron fotos por todas partes, así que se separaron por el campamento. Un rato después, Carter se acercó a Silva,excitado, restregándose los ojos, pero no llorando, y le dijo: “Le estaba sacando fotos a una nena arrodillada, que apoyaba la cabeza contra el suelo, y de repente un buitre gigante se posó detrás de ella. Seguí disparando, y recién después espanté al buitre”. Cuando trató de mostrarle el lugar, no se veía el buitre por ninguna parte, pero la nena seguía ahí, vencida por el hambre. Ninguno de los dos la ayudó a llegar al comedor, que estaba apenas a cien metros, cuenta Silva en el libro.

Biutre acecha a una niña devastada por la hambruna en Ayod.
Fotografía por: Kevin Carter - Sudán, 1993
Ganadora del Premio Pulitzer, 1994.

Carter vendió la foto al New York Times, y ésta se convirtió en un símbolo de la hambruna, usada en infinidad de posters y campañas. Cuando se publicó en el diario neoyorquino, llegaron a la redacción miles de cartas preguntando qué había sucedido con la niña, qué había hecho el fotógrafo. Carter tuvo que confesar que no había hecho nada. Suponía, dijo, que se había levantado por las suyas y llegado al comedor. El 12 de abril de 1994, la foto ganó el Premio Pulitzer, el segundo de Sudáfrica. Cuando llamaron a Carter desde el diario para anunciarle que había obtenido el premio, el fotógrafo no entendió qué le estaban diciendo: llevaba dos días fumando Pipa Blanca sin parar, y no quiso ni atender a la ansiosa prensa extranjera. Marinovich cree que los cuestionamientos lo estaban enloqueciendo. “Es la foto más importante de mi carrera, pero no estoy orgulloso de ella”, decía Carter. “No quiero ni verla. La odio”. Su compañero no se atreve a juzgarlo en las páginas del libro. “Cuando Joao y yo estuvimos en Somalía en 1992, en medio de la hambruna, ninguno de los dos recogió a un solo chico enfermo o agonizante, aunque vimos cientos. Los mirábamos morir y sacábamos fotos. Yo me sentí impotente cuando fotografié a un hombre cuyo último hijo se le estaba muriendo en sus brazos. Eran buenas fotos; la tragedia y la violencia son imágenes poderosas; por eso las pagan así. Algo de la emoción, de la empatía y la vulnerabilidad que nos hacen humanos se pierde cada vez que apretamos el disparador”.

Ken O.
En la primera mitad de los ‘90, Thokoza era el barrio negro más peligroso de Sudáfrica, a sólo 16 kilómetros al sudeste de Johannesburgo. Los muertos durante los enfrentamientos eran tantos que la policía dejaba los cuerpos tirados en las calles durante gran parte del día, supuestamente porque no daban abasto. Había jaurías de perros callejeros que se alimentaban de cadáveres. El 18 de abril de 1994, el Bang Bang Club (salvo Kevin Carter, que supuestamente estaba dando entrevistas por su Pulitzer) entró a Thokoza. Querían cubrir la batalla entre los partidarios del CNA e Inkhata. Iba a ser atroz: faltaba muy poco para las elecciones. Esta vez estaban los peace-keepers, un cuerpo policial transitorio integrado por miembros de la policía sudafricana, miembros del ejército de las homelands y guerrillas de los movimientos de liberación, que tenía como fin controlar la violencia, sin ninguna eficiencia.

La incapacidad de la policía había irritado a Oosterbroek, que a esa altura era el único miembro del Bang Bang Club que se había hecho famoso (se lo conocía simplemente como Ken O) y amenazaba convertirse en una leyenda viviente, no sólo por su prestigio como jefe de fotografía del diario de mayor tirada de Johannesburgo, sino por su itinerario vital (el nacido en una familia conservadora y racista que se dedicaba a documentar la violencia) y por su cuidada imagen de sex-symbol motociclista: pelo largo, bigotes, un perenne cigarrillo de marihuana entre los labios, música de los Doors y Bob Marley siempre a su alrededor y su extraña relación con Mónica, una periodista del Star que amenazaba con matarlo si la abandonaba. Al atardecer, después de una discusión de Ken O con los policías, el Bang Bang Club se protegió precariamente de un tiroteo. No fue suficiente: las balas policiales hirieron a Greg Marinovich, que estuvo a punto de perder un pulmón, y Ken O agonizaba en brazos de Gary Bernard, un fotógrafo novato del Star, mientras Joao Silva los fotografiaba. Escribe Marinovich: “No podía hacer otra cosa. A Ken le hubiera gustado ver las fotos al otro día. De hecho, Joao pensó que Ken, siempre tan preocupado por su imagen, hubiera preferido fotos donde el pelo no le tapara la cara. A fin de cuentas, Ken era el profesional consumado, el que le había enseñado que primero se sacaban las fotos y después se lidiaba con los demás”.

Greg Marinovich herido en la calle Khumalo y asistido por James Nachtwey. Detrás, Joao Silva fotografía a Ken Oosterbroek mientras es socorrido por Gary Bernard y un oficial de la ONU.
Fotografía por: Juda Ngwenya - Thokoza, 1994

Ken O murió camino al hospital. Esa misma noche, Joao Silva en un bar, borracho, destrozó varias cámaras y pensó en dejar la fotografía, mientras Kevin Carter gritaba a quien quisiera oírlo que esa bala debería haberla recibido él, no su amigo íntimo. Si embargo, al día siguiente, Silva y Carter volvieron a Thokoza, y fotografiaron el estallido de violencia más grande de toda la guerra civil, y el último de esa magnitud. Mikey Persson, un fotógrafo inglés que solía acompañarlos, dejó la profesión ese mismo día. Hoy vive en California, dedicado a sacar fotos publicitarias de Harley Davidsons y tatuajes: “Dice que a veces extraña la adrenalina de la guerra, pero cuando le sucede eso, recuerda lo que pasó en Thokoza, y la excitación se desvanece al instante”. Dos días después de Thokoza, Inkhata anunció que participaría en las elecciones, y aceptó un alto el fuego. Ante la decisión, Nelson Mandela dio un discurso, en el que dijo: “Esperemos que Ken Oosterbroek haya sido la última víctima”. Hoy, en Thokoza, en el mismo sitio donde cayó bajo las balas, hay un monumento que lo recuerda.

La vida demasiado dura.
Kevin Carter fue aclamado como un héroe en Nueva York cuando fue a recibir su Pulitzer. Todo el mundo quería conocer al hombre que había tomado esa foto atroz, y se sorprendían al descubrir un joven simpático, con su tatuaje del mapa de Africa en el brazo y la mirada algo perdida. Reuter lo había despedido después que terminara chocando contra un árbol y arrestado por manejar borracho cuando debía ir a sacar fotos de un mitin donde hablaría Mandela. Ahora, sin embargo, todo el mundo quería contratarlo. Carter terminó firmando para la agencia francesa Sygma. Pero no sólo no conseguía otra foto tan sobrecogedora como la de la niña y el buitre, apenas era capaz de hacer fotos. “Perdí la paciencia con él en esa época”, escribe Marinovich. “Teníamos que manejar tantos problemas, y Kevin sólo complicaba los asuntos más sencillos inventando un drama tras otro”. En julio de 1994, Sygma le pidió que cubriera la visita de Mandela a Mozambique. Carter no pudo despertarse a tiempo, a pesar de que había programado tres relojes. Milagrosamente consiguió un vuelo, y pudo tomar las fotos. Cuando regresó a Sudáfrica, fue a cenar a casa de un amigo y se dio cuenta de que había olvidado los rollos en el avión. Frenético, volvió al aeropuerto, pero nunca pudieron encontrar el material. Hasta el día de hoy, esas fotos están perdidas.

Pocos días después, el 27 de julio, Kevin Carter entró a su camioneta, conectó el caño de escape a una manguera, cuyo otro extremo echaba los vapores dentro de la cabina herméticamente cerrada y se calzó su walkman. Su nota suicida, de más de ocho páginas, decía: “Estoy deprimido, sin teléfono, sin dinero... atrapado por imágenes de asesinatos y cadáveres, furia y dolor, niños heridos o muriéndose de hambre, hombres que apretan el gatillo con alegría, policías y ejecutores... Voy a reunirme con Ken, si tengo suerte”. Escribe Marinovich: “Convertimos a Ken en un héroe, pero fuimos mucho más ambivalentes con la muerte de Kevin. Yo seguí enojado con él durante mucho tiempo. Aceptamos hablar con los periodistas que escribieron artículos sobre la tragedia de Kevin Carter, pero con reticencia. Después vino aquel tema que escribieron los Manic Street Preachers sobre Kevin, en el disco en el que estaba Everything Must Go, que vendió millones de copias. Y después vino aquella obra de teatro basada en su vida. Y terminó imponiéndose la teoría de El Hombre Que Había Visto Demasiado. Pero hay una parte mía que sigue viendo la muerte de Kevin de la misma manera que la vieron los jóvenes luchadores de Thokoza. Un día, volvimos con Joao a la calle Khumalo, muy cerca de donde había muerto Ken O, y nos encontramos con un grupo de camaradas que nos recordaban. Sus casas estaban inhabitables, incendiadas, pero ellos seguían ahí, porque no tenían dónde ir. Uno de ellos se había enterado del suicidio de Kevin, y me dijo burlonamente: ¿La vida era demasiado dura para él? No supe qué contestarle”.

El fin del club.
 “Nos sentíamos culpables. Nos sentíamos buitres. Habíamos pisoteado cadáveres, metafórica y literalmente, para ganarnos la vida. Pero no habíamos matado a esa gente. De hecho, salvamos vidas. Y, a lo mejor, nuestras fotos marcaron una diferencia, mostrándole al mundo la lucha de la gente por sobrevivir, algo que de otro modo no hubieran conocido, o no tan nítidamente. Hubo momentos, como en Soweto, donde fui culpable por no intervenir. Pero yo no tenía la culpa por los miles de hutus muriendo de cólera en el este del Zaire, ni por la policía abriendo fuego sobre civiles desarmados en Boipatong. El sentimiento de culpa quizá tenía que ver con nuestra incapacidad de ayudar. Manejar la culpa es fácil. Superar la incapacidad de ayudar es mucho más difícil, casi imposible. Hoy puedo decir que no sufrimos ni la centésima parte de lo que sufrió la gente de nuestras fotografías. Hoy puedo decir que no éramos responsables: solamente testigos”.

Gary Bernard (izq.) y Joao Silva.
Fotografía por: Greg Marinovich - Soweto, 1994

A fines de 1994, meses después de la muerte de Kevin Carter, Joao Silva descubrió que algo en él había cambiado. Estaba en Afganistán, en la ciudad de Kabul, bajo fuego de tanques soviéticos. Durante un bombardeo, vio emerger de la polvareda a un hombre que llevaba a su hijo moribundo en brazos y pedía ayuda. Silva los cargó en su auto y los llevó al hospital, donde el niño murió. “Hubiera tardado un segundo en sacarles la foto, pero no lo hice. En otro momento, hubiera fotografiado primero y quizá, sólo quizá, habría tratado de salvar al niño después. Nunca me había sucedido antes: de alguna manera, que ese chico muriera delante de mí hacía que todo lo demás pareciera insignificante”.- Página 12. - 

THE BANG BANG CLUB - PELÍCULA

Dir. Steven Silver
2011 - 110 min.

http://www.thebangbangclub.com/
Película:



Producción norteamericana. Drama basado en hechos reales que se desarrollará durante el apartheid sudafricano. Su argumento sigue la historia de Greg Marinovich, Kevin Carter, Ken Oosterbroek y Joao Silva, cuatro fotógrafos de guerra que formaban el grupo que da título al film y que captaron los sangrientos últimos días de aquella era. -

ESA

Protagonistas:

Frank Rautenbach (Ken Oosterbroek)

Malin Akerman (Robin Comley)

Neels Van Jaarsveld (Joao Silva)

Ryan Phillipe (Greg Marinovich)

Taylor Kitsch (Kevin Carter)

abril 21, 2011

CHRIS HONDROS


Chris Hondros, fotógrafo de guerra de la agencia Getty, murió en la madrugada del jueves al viernes (Abril 20 - 21, 2011), por las heridas causadas en un bombardeo de las fuerzas de Gadafi en Misrata. En el ataque que causó su muerte falleció también el fotógrafo Tim Hetherington. En la misma guerra, en la misma escaramuza, se van dos de los mejores fotógrafos de guerra de la actualidad.

Hondros nació hace 41 años en Nueva York, de un matrimonio entre un griego y una alemana que habían huido de las garras del nazismo. Licenciado en literatura, se dedicó enseguida a la fotografía y comenzó a viajar a zonas de conflicto.

Sus primeros reconocimientos llegaron en el año 2003, cuando fue nominado y finalista en los premios más prestigiosos, el Pulitzer y los World Press Photo, por su trabajo desgarrador sobre el conflicto en Liberia. Niños soldados, combates desde primera línea, encuadres arriesgados pero decididos, marcaban ya su estilo. No había lejanía, sino que contaba de primera mano y lo más cerca posible guerras muy lejanas para muchos.

Libia

Sierra Leona, Nigeria, Afganistán, Kosovo, Palestina ... son los escenarios donde Hondros realizó su trabajo, siempre en territorios inmersos en conflictos enquistados. En 2005, cuando estaba empotrado con soldados estadounidenses en Irak, pudo fotografiar como una patrulla tiroteaba por error a una familia que viajaba en un coche. La secuencia del horror le valió de nuevo múltiples portadas y ulteriores reconocimientos.


Libia
Este fotógrafo amante de la música clásica, como recuerda su colega Chip East en un artículo en el blog Lens de The New York Times, intentaba salirse de las fotografías de guerra al uso. En 2007 sorprendió con una serie de imágenes tomadas todas ellas desde la ventana de un vehículo Humvee que patrullaba las calles de la capital iraquí. "La ventanilla de un Humvee caminando por las peligrosas calles de Bagdad es esencialmente una televisión, vista en la oscuridad", describía. Esa era la visión que tenía de la ciudad después de tantas horas patrullando con las tropas estadounidenses. Poco después montó un vídeo con esas imágenes al ritmo de Bach, serie que tituló Bagdad en D Menor. El mismo planteamiento lo usó hace unos meses en Herat, Afganistán.

Beirut, Líbano

El último conflicto que ha retratado Hondros ha sido el de Libia. La misma mañana del día de su muerte siguió a un grupo de rebeldes que iban a la caza de soldados leales a Gadafi. Hondros estaba en primera línea, como un testigo que no entorpecía el transcurso de una guerra en la que ha dejado su vida. - Mokhtar Atitar, El país. - 

Página del fotógrafo: Chris Hondros

Tora Bora, Afganistán
- Últimas fotografías: Bbc
- Galería: LIFE
- Galería: El país

DIARY

Dir. Tim Hetherington (E.U.)
(20 min.)



abril 20, 2011

TIM HETHERINGTON

Fotografía por: Matt Stuart
Tim Hetherington, fotoperiodosta, realizador, y fotógrafo de Vanity Fair, murió hoy (Abril 20, 2011) mientras cubría el conflicto en Misrata, Libia. “Tim murió hace dos horas,” dijo Peter N. Bouckaert un amigo de Hetherington, de Human Rights Watch, en Genova.

El nacido en Reino Unido, con base en Brooklyn, Hetherington de 40 años, tenía doble ciudadanía: británica y Norteamericana, fue conocido por su trabajo en Afganistán, muchas de esas fotografías tomadas para Vanity Fair. En 2007, ganó el World Press Photo del Año por su cobertura de los soldados Norteamericanos en el Valle de Korengal —uno de los cuatro premios World Press que recibió. Aquellas asignaciones en Afganistán sirvieron como base para el documental nominado al Oscar en 2010, "Restrepo", el cual dirigió con Sebastian Junger, autor de La Tormenta perfecta. La película Restrepo fue reconocida por su aproximación apolítica a la guerra. Hetherington también realizó películas cortas acerca de los G.I. que encontraba en Korengal y lanzó un libro de fotografías, Infidel, examinando la vida de los hombres de la compañía 173rd Airborne.

En la foto: Teniente Matt Piosa

Hetherington fue muy respetado por su bravura y camaradería. Su imaginativa, incluso artística, aproximación a los protagonistas de su trabajo fotoperiodistico le dio honores, incluyendo la membresía de la National Endowment for Science, Technology, and the Arts, así como reconocimiento de la Fundación Hasselbald. Él realizó otras películas, Liberia: An Uncivil War (2004) (Liberia: Una guerra no-civil) y The Devil Came on Horseback (2007) (El diablo llega a caballo).

En la foto: Especialista Steve Kim

Ayer (Abril 19, 2011), Hetherington twiteo “bombardeo indiscriminado” por las fuerzas pro-Qaddafi en Misrata, y envió un correo electrónico al editor de Vanity Fair: “Estoy en Misrata - puede haber un artículo interesante con SJ” (refiriéndose a Sebastian Junger).

Cathy Saypol, representante de Hetherington por muchos años, “Estamos muy tristes más allá de las palabras porque nuestro amigo, fotógrafo y realizador Tim Hetherington, fue asesinado en Misrata esta mañana.”. - (Traducción muy libre) David Friend, Vanity fair. - 

Página del Fotógrafo: Tim Hetherington

Links a algunos de sus trabajos:

Galería: LIFE
Galería: Vanity Fair

- Retratos de Korenga, Afganistán (Enero, 2008)

En la foto: Soldado Miguel Cortez


En la foto: Soldado Miguel Troves

- El honor de Su compañía (Diciembre, 2010)

En la foto: Sargento Salvatore Giunta